La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad neurológica crónica que afecta al sistema nervioso central (SNC), es decir, al cerebro y la médula espinal. Se caracteriza por la aparición de lesiones en la vaina de mielina, la capa protectora que recubre las fibras nerviosas y facilita la transmisión de los impulsos nerviosos. El sistema inmunitario, que normalmente nos protege de las enfermedades, ataca por error la mielina y provoca inflamación y daño en las zonas afectadas. Estas lesiones se conocen como placas de desmielinización o esclerosis.

La EM es una enfermedad que varía mucho de una persona a otra, tanto en los síntomas como en la evolución. Los síntomas dependen de la localización y la extensión de las lesiones, y pueden incluir:

– Entumecimiento o debilidad en una o más extremidades
– Hormigueo o sensaciones de choques eléctricos
– Falta de coordinación o marcha inestable
– Pérdida de visión parcial o total, visión doble o borrosa
– Vértigo o mareo
– Problemas con la función sexual, intestinal o de la vejiga
– Fatiga o cansancio
– Habla arrastrada o dificultad para expresarse
– Problemas cognitivos, como pérdida de memoria o dificultad para concentrarse
– Cambios de humor o depresión

La EM se clasifica en diferentes tipos según el curso de la enfermedad:

– EM recurrente-remitente: Es el tipo más frecuente y se caracteriza por la aparición de brotes o crisis con síntomas nuevos o empeoramiento de los existentes, seguidos de períodos de remisión con mejoría parcial o total. Los brotes suelen durar días o semanas y los períodos de remisión pueden extenderse meses o años.
– EM secundaria progresiva: Es el tipo que suele desarrollarse después de varios años en las personas con EM recurrente-remitente. Se caracteriza por un empeoramiento gradual y continuo de los síntomas, con o sin brotes ocasionales.
– EM primaria progresiva: Es el tipo menos frecuente y se caracteriza por un empeoramiento constante desde el inicio de la enfermedad, sin brotes ni remisiones claras.
– EM progresiva-recurrente: Es el tipo más raro y se caracteriza por un empeoramiento continuo desde el inicio de la enfermedad, con brotes ocasionales que pueden o no dejar secuelas.

La causa exacta de la EM se desconoce, aunque se cree que intervienen factores genéticos, ambientales e infecciosos. La EM no tiene cura, pero existen tratamientos que pueden mejorar los síntomas, prevenir las complicaciones y retrasar la progresión de la enfermedad.

Tratamiento mediante la fisioterapia

La fisioterapia es una parte fundamental del tratamiento integral de la EM, ya que ayuda a mantener y mejorar las capacidades físicas y funcionales de las personas afectadas. El objetivo principal es mejorar la calidad de vida y prevenir el deterioro asociado a la enfermedad.

El tratamiento fisioterapéutico debe ser individualizado y adaptado a las necesidades y objetivos de cada persona, teniendo en cuenta el tipo y el grado de afectación, así como las posibles comorbilidades. El fisioterapeuta debe realizar una valoración inicial y periódica para establecer un plan terapéutico adecuado y evaluar los resultados.

Las principales intervenciones que puede realizar el fisioterapeuta son:

– Ejercicios terapéuticos: Consisten en realizar movimientos activos o asistidos para mejorar el rango articular, la fuerza muscular, la coordinación, el equilibrio y la resistencia. Los ejercicios deben ser graduales, progresivos y variados, evitando el sobreentrenamiento y el agotamiento. Se pueden realizar en diferentes medios, como el suelo, el agua o con dispositivos específicos.
– Estiramientos: Consisten en elongar los músculos y los tendones para mejorar la flexibilidad, prevenir las contracturas y aliviar el dolor. Los estiramientos deben ser suaves, sostenidos y controlados, evitando los rebotes y las posturas forzadas.
– Masoterapia: Consiste en aplicar diferentes técnicas de masaje sobre la piel, los músculos y los tejidos blandos para mejorar la circulación, relajar la musculatura, favorecer el drenaje linfático y reducir el estrés. El masaje debe ser adaptado a la tolerancia y las preferencias de cada persona, evitando las zonas con lesiones o inflamación.
– Electroterapia: Consiste en aplicar corrientes eléctricas de diferentes tipos y frecuencias sobre la piel o los músculos para estimular las fibras nerviosas, mejorar el tono muscular, aliviar el dolor y facilitar la cicatrización. La electroterapia debe ser prescrita y supervisada por el fisioterapeuta, teniendo en cuenta las contraindicaciones y los efectos secundarios.
– Termoterapia: Consiste en aplicar calor o frío sobre la piel o los músculos para modificar la temperatura local y producir efectos analgésicos, antiinflamatorios, relajantes o estimulantes. La termoterapia debe ser utilizada con precaución, evitando las quemaduras o las lesiones por congelación.
– Educación terapéutica: Consiste en proporcionar información y consejos sobre la enfermedad, el tratamiento, la prevención y el autocuidado. El fisioterapeuta debe enseñar a la persona afectada y a su entorno cómo realizar las actividades de la vida diaria de forma segura y eficiente, cómo adaptar el entorno a sus necesidades, cómo utilizar ayudas técnicas si es necesario y cómo mantener hábitos de vida saludables.

La fisioterapia puede realizarse en diferentes ámbitos, como el hospitalario, el ambulatorio, el domiciliario o el comunitario. Lo ideal es que se realice de forma regular y continuada, combinando sesiones individuales y grupales, y fomentando la participación activa de la persona afectada y su entorno.

La fisioterapia puede aportar muchos beneficios a las personas con EM, como:

– Mejorar la movilidad y la funcionalidad
– Prevenir o retrasar el deterioro físico
– Aliviar el dolor y otros síntomas
– Mejorar el estado de ánimo y la autoestima
– Fomentar la autonomía e independencia
– Mejorar la integración social y laboral
– Mejorar la calidad de vida

La fisioterapia no es el único tratamiento para la EM, sino que debe complementarse con otras intervenciones médicas, farmacológicas, psicológicas y sociales. La EM es una enfermedad compleja que requiere un abordaje multidisciplinar e interdisciplinar, donde el fisioterapeuta juega un papel importante pero no exclusivo.

Conclusión

La esclerosis múltiple es una enfermedad neurológica crónica que afecta al sistema nervioso central y que puede provocar discapacidad. Los síntomas varían de una persona a otra y dependen de las zonas lesionadas. La causa exacta se desconoce y no tiene cura, pero existen tratamientos que pueden mejorar los síntomas y retrasar la progresión de la enfermedad. La fisioterapia es una parte fundamental del tratamiento integral de la EM, ya que ayuda a mantener y mejorar las capacidades físicas y funcionales de las personas afectadas. El tratamiento fisio-terapéutico debe ser individualizado y adaptado a las necesidades y objetivos de cada persona, teniendo en cuenta el tipo y el grado de afectación. El fisioterapeuta debe realizar una valoración inicial y periódica para establecer un plan terapéutico adecuado y evaluar los resultados. El fisioterapeuta debe utilizar diferentes técnicas e intervenciones para mejorar la movilidad, prevenir el deterioro físico, aliviar el dolor, educar sobre la enfermedad y el auto cuidado, fomentar la autonomía e independencia y mejorar la calidad de vida. La fisioterapia debe realizarse de forma regular y continuada, combinando sesiones individuales y grupales, en diferentes ámbitos.

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